Introducción

Itala Schmelz



Escribir este texto me produjo cierta nostalgia, una sensación que llegó acompañada del tarareo de las canciones que musicalizaron la película Hasta el fin del mundo de Wim Wenders (1991), donde colaboraron grandes músicos: Laurie Anderson, Lou Reed, Nick Cave, Talking Heads, U2, Peter Gabriel, entre otros. Un soundtrack con música estremecedora que me trae enormes reminiscencias de los años noventa. Particularmente recuerdo la manera en que ansiábamos aquello que las tecnologías de la imagen y los medios de comunicación masivos traerían consigo. En ese sentido vino a mi mente también otra cinta de Wenders, El final de la violencia (1997). Para volver a verlas, tomé de mi librero los formatos en VHS que reproduje en la videocasetera que aún conservo. Ambas películas reflexionan con un tono prospectivo sobre lo que sucede en su propia trama, potenciando ciertos brotes de fenómenos sociales producidos por las nuevas tecnologías digitales que nos llevan a pensar hacia dónde nos dirigimos.


En Hasta el fin del mundo, situada en la víspera del nuevo milenio, se lleva a cabo un ataque terrorista a los satélites que controlan las intercomunicaciones, interrumpiendo con ello el acceso a Internet y a las tarjetas de crédito, así como el funcionamiento de los sistemas de ventilación, la vigilancia y la electricidad. Claire Tourneur, la protagonista con un sexi acento francés, en medio del caos mundial, va en busca del hombre del cual se enamoró a primera vista. Él viaja con una agenda indescifrable a través de los cinco continentes, acompañado de una cámara extraordinaria la cual registra imágenes que incluso un ciego puede ver. Claire sigue a Sam Farber hasta Australia donde él va a entregarle las grabaciones que hizo de sus familiares repartidos por el mundo a su madre, ciega y enferma. Ella junto con su padre vive en medio del desierto con una tribu indígena que los adoptó. Él es un científico loco que habilitó un súper laboratorio bajo tierra, donde construyó una máquina visual con las capacidades más enajenantes de todas: registrar los sueños de una persona para verlos reproducidos en una pantalla. Al descubrir este artefacto, la bella Claire se vuelve adicta a las imágenes que extrae de su propia mente. No ha podido alejar su vista del monitor, ha perdido vínculo con lo real.


Por otra parte, en El final de la violencia, un exitoso productor de cine en Hollywood que ha conseguido su fortuna vendiendo violencia como espectáculo visual, queda envuelto repentinamente en ella al ser secuestrado, al mismo tiempo que el gobierno afirma haber encontrado en las cámaras de vigilancia una herramienta en contra de ésta. Pero, ¿en realidad éste es el fin de la violencia o el fin de la privacidad? Del otro lado de la panacea de la comunicación se encuentra la sociedad de control y vigilancia. La violencia, como sugiere Wenders, ha brincado de las pantallas a nuestra realidad.


Entre la nostalgia y el asombro frente a las nuevas maneras de producción, uso y circulación de la imagen, me doy cuenta de que no se trata de otra cosa sino de lo que el hombre moderno desde la pintura del Renacimiento siempre anheló, es decir, la ciencia ficción: la creación de una realidad virtual total. Un clásico de este género es “La pradera” (1951), un cuento de Ray Bradbury que narra la historia de una familia viviendo en La casa de la vida feliz, dotada de un cuarto de juegos de realidad virtual. El cuarto habilitado totalmente con pantallas, bocinas y odorantes, que se activan leyendo telepáticamente los deseos e impulsos mentales de los niños que lo ocupan, recrean sus fantasías virtualmente. Una de ellas se desarrolla en una pradera de la sabana africana donde una manada de leones acecha y termina devorando a sus padres. Se trata entonces del “asesinato de lo Real", en términos de Jean Baudrillard.


La especie humana podría estar dedicándose a una suerte de escritura automática del mundo, a una realidad virtual automatizada y operacionalizada, donde los seres humanos como tales no tienen motivo para seguir existiendo 1


En los últimos lustros la relación entre lo icónico y la virtualidad se ha acelerado potencialmente. La comunicación visual actual funciona no únicamente por su valor documental y testimonial, sino a través del significado simbólico, semántico y contextual, tal como nos lo ha hecho ver eficazmente la propaganda. La cámara fotográfica y de video, maravillosa herramienta artística, apreciada por sus dotes de mimesis y representación, también ha resultado una extraordinaria cómplice para la creación abstracta, ficticia y subjetiva. Sin embargo esta tecnología no es menos indispensable en la ciencia, desde la astronomía hasta la medicina. Las vertientes de la fotografía se bifurcan y se entrecruzan. El aparato celular, de uso globalizado, ha cifrado en cierto modo una serie de procesos de miniaturización del dispositivo, destinados a la velocidad, manipulación y circulación de las imágenes. Se trata de un fenómeno que va más allá de la especificidad de lo artístico y que, por supuesto, no deja indiferentes a los artistas, siempre atentos al mundo en el que viven.


A través de proyectos fotográficos que van desde la documentación periodística hasta la apropiación de imágenes de archivo, y de técnicas de impresión análogas heredadas del siglo XIX hasta el uso de los medios electrónicos y las redes digitales como soporte de la imagen actual, la XVII Bienal de Fotografía presenta un inquietante retrato de México. Las obras en su conjunto producen una instantánea que captura nuestro presente de maneras muy diversas. No hay en ella estereotipos sino un caleidoscopio que deja ver a todas luces la crisis del sistema económico y político actual, así como las estructuras del conocimiento y poder que el siglo XX tuvo aún por garantes.

Ahora nos encontramos con un arte que busca operar fuera de los registros de la sublimación, sin metadiscursos, ni virtuosismos técnicos ni estéticos, hablar del presente y del país, sin hacer nacionalismo. Denunciar la injusticia y la miseria sin estetizarla. Fotografiar a México no como construcción de identidad sino como pensamiento crítico.


¿Cómo aproximarse entonces a las tecnologías y formas de comunicación visual desde las prácticas fotográficas y del arte contemporáneo? ¿Con qué fin? Entender, intervenir, boicotear, analizar críticamente, poner en guardia, renovar las estéticas, pensar en y al consumidor visual contemporáneo, imagófago incontenible, son algunos de los temas que están presentes en esta Bienal. ¿Qué  puede hacer un fotógrafo/artista hoy ante la plétora de imágenes, en la hiperrealidad posmoderna que denuncia Jean Baudrillard?:

Contra este paraíso artificial de tecnicidad y virtualidad, contra el intento de construir un mundo completamente positivo, racional y verdadero, debemos salvar los rastros de la opacidad y misterio definitivo del mundo ilusorio.


La propuesta del filósofo francés fue buscar no la verdad sino la poética. En ese sentido, los trabajos seleccionados por el jurado y los curadores de esta edición de la Bienal de Fotografía se ubican desde un campo de resistencia, de denuncia y sabotaje deconstructivo de la ilusión tecnócrata y del mundo virtual, que pretenden sustituir obscenamente la poética de la incertidumbre reveladora que nos vincula con lo real a cambio de su simulacro como certeza.


Citando de nuevo a Baudrillard:
No nos olvidemos de que el crimen nunca es perfecto, debemos decir que la resistencia más fuerte hacia esta virtualización destructiva procede del mismo lenguaje, de la singularidad, la irreductibilidad, la vernacularidad de todos los lenguajes, que en realidad están muy vivos y que están resultando ser el mejor elemento disuasorio contra la exterminación global del significado.


Una diversificación asombrosa de técnicas, medios, soportes y dispositivos, de propuestas y modos de expresión, caracterizan la selección de 49 autores reunidos en la XVII Bienal de Fotografía del Centro de la Imagen, que destaca la reflexión sobre el medio en sí mismo. Resulta interesante, por ejemplo, la propuesta de Omar Vega Macotela, que asocia la cámara con la escopeta y la imagen fotográfica con la alquimia, que hace posible transformar sangre de venado (presa/víctima) y balas (cazador/asesino/fotógrafo) en material de impresión. Éste a su vez revela un plano que no es otro sino la información gráfica del propio obturador o mirilla de la cámara fotográfica, donde se acomoda el ojo de quien dispara.


En esta Bienal encontraremos piezas que objetan a la sociedad contemporánea desde sus propias estructuras, como las imágenes de billetes calcinados, realizadas por Miguel Rodríguez Sepúlveda. Una propuesta que cuestiona el dinero como base de la operación del sistema capitalista. Es un objeto intercambiable de valor arbitrario sin aura que pone a circular los deseos y propósitos de la humanidad, sin mayor acto subversivo que quitarle a esa materialidad el valor especulativo que le ha sido otorgado. Por otra parte, Daniela Bojórquez Vértiz explora las selfies que la gente se hace en las mecas de la humanidad para construirse una autobiografía, abordando así temas no menos susceptibles: la sustitución de la experiencia por su registro, el turismo masivo y la alienación de la identidad contemporánea.


El proyecto de Pancho Westendarp consiste en navegar en el mundo virtual de Second Life, creando un avatar llamado Anna Atkins con el que interactúa en zonas prácticamente abandonadas, como las playas y el fondo del mar. Su personaje explora el territorio submarino, recolectando plantas, algas y conchas marinas para realizar los cianotipos que aquí presenta. Mientras que la experimentada fotógrafa Lourdes Grobet pone su ojo mecánico en los chips de dispositivos móviles, a los que ha llamado ADN tecnológico.A estos los fotografía para ampliarlos a una escala que nos permita admirar su complejidad y misterio escatológico: la unidad básica de la vida artificial.


¿Qué está pasando en Internet? Jota Izquierdo sigue la historia de un inmigrante africano radicado en España, que gracias a los likes a sus videos en YouTube y a sus memes, pasa de la marginalidad a convertirse en un famoso rapero. Gladys Serrano, por su parte, se encuentra con la página oficial de Flickr del alcalde de Sinaloa, donde se pueden ver cientos de fotos que construyen un perfil de este personaje como un ejemplar miembro de la sociedad, padre de familia, deportista y trabajador, que poco corresponde con la información publicada en los periódicos sobre sus vínculos con el narcotráfico. Esta misma farsa alimentada por los reflectores del espectáculo es puesta en escena por Marcela Rico, quien recurre a los mecanismos de ilusión teatral para sobreexponer únicamente mediante la abstracción y embelesamiento de los actos luminosos, el medio utilizado por los políticos para escenificar sus farsas y engaños.


Los reenactments de las gasolineras de Ed Ruscha, de 1969, propuestos por Diego Berruecos en el contexto del México actual, muestran a Pemex, la industria que ha forjado a la nación moderna con grietas de desgaste. La denuncia de los desaparecidos en nuestro país, con la acción de incendiar 25 mil fuegos artificiales, de Bruno Bresani. La presencia de la clase rural asediada por la pobreza, la marginación y la violencia a través de las imágenes de Yael Martínez. Los indigentes de Nahatan Navarro alojados en un limbo de luz y sombra. Los testimonios reunidos por Mauricio Palos de migrantes mexicanos viviendo en Queens, Nueva York, exponen la situación de los que se quedan asolados por el hambre, la violencia y la falta de Estado de Derecho. El retrato que hace Azahara del hotel La Playa en Ciudad Juárez, ubicado en una zona perturbada por el narco, nos pone ante una violencia inimaginable.


Tal como auguraba Wenders, mientras la violencia no distinga la realidad del espectáculo, las cámaras de seguridad se dirigen a los individuos por toda la ciudad, haciendo la urbe un gran panóptico. En el caso de Abigail Marmolejo, la cámara de vigilancia se convierte en un medio de convivencia entre ella y su madre, una mujer que trabaja como guardia de seguridad en una empresa, cubriendo turnos de 24 horas. Los registros en video les dan la oportunidad de testimoniar la rutina de la otra durante las ausencias respectivas.


En esta Bienal se integran también acciones colectivas, como la creada por Adam Wiseman con los habitantes de uno de los edificios del multifamiliar Tlatelolco en la Ciudad de México. Las colaboraciones intergeneracionales, como la que se dio entre Isolina Peralta, una mujer de más de cien años de edad, y su bisnieta, Luciana Christiansen, quien se encargó de escanear y transcribir uno de los trabajos más íntimos y osados. Para aproximarse a la noción de memoria-imagen-foto Isolina revisita sus propios archivos fotográficos, donde la cámara siempre la acompañó, y selecciona personas y lugares semi-obturados por accidente con los dedos o veladuras de luz, como una metáfora de lo que se va perdiendo en su memoria.


Entre las operaciones cada vez más recurrentes se encuentra la apropiación de materiales ajenos: Colectivo Estética Unisex analizando gestualmente el archivo fotográfico de la industria metalúrgica de Monterrey, o Rodrigo Alcocer desustanciando las imágenes que descarga de la web. ¿Por qué acudir a los bancos de imágenes huérfanas, anónimas, a los archivos muertos, a los desechos y los descartes de las historias? Me parece un proceso de desenajenación del sistema visual. Acciones para rebatir la posmodernidad diagnosticada por Baudrillard. Quizá la mejor manera de abrir expectativas para el futuro sea transformando nuestro modo de comprender el pasado, redimensionar historias, momentos y personajes, y encontrar de esta forma otros ejemplos y rumbos que no han sido tomados con antelación.


1. Las tres citas que hago a Jean Baudrillard provienen del artículo El asesinato de lo real Publicado en el libro La ilusión vital. Editorial Siglo XXI. Madrid, 2002.












Centro de la Imagen

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T.: (01 55) 4155 0850

Miércoles a domingo:
10:00 – 19:00 h
Entrada libre